Ahora estás entrando en el mundo de Gustav Mahler (1860-1911), un artista muy trabajador: cosechó éxitos como director de orquesta y jefe de la ópera de la Corte, pero también como compositor

A lo mejor te estás preguntando por qué hay árboles por todas partes… Estos representan el bosque y la naturaleza como sueño de retiro y fuerza, la fuente de inspiración de la obra artística de Mahler. Con este objetivo, se hizo construir una casita para componer en medio de la naturaleza en cada una de sus residencias de verano (como se puede ver en el tronco del árbol que tienes delante): en Steinbach am Attersee, en Maiernigg am Wörthersee y en Toblach, en Tirol del Sur. La naturaleza, el lago y el bosque eran su hogar y su refugio. Allí era feliz, rodeado únicamente de flores y pájaros, aislado, en su elemento, solo consigo mismo y la música que creaba. Mahler dijo una vez que el lago tenía un idioma propio y que le hablaba: «Cuando lo puedo oír, es como si las composiciones fluyeran por mi cabeza».

También intentó integrar este sentimiento en sus sinfonías. Quería «hacer que el universo sonara, no solo las voces humanas, sino también hacer rotar los planetas y los soles». Al menos así se expresó Mahler sobre su sinfonía n.º 8, una obra mastodóntica, también llamada «Sinfonía de los mil», ya que en su estreno de 1910 participaron en total 858 cantantes y 171 músicos de orquesta. Las sinfonías de Mahler eran, en toda la extensión de la palabra, inauditas pero, aunque su música causara un efecto extremadamente revolucionario, no abandonó el estilo compositivo del siglo XIX, sino que lo exprimió hasta el límite.

Lo que sí que cambió fueron ciertas costumbres de la ópera. En el siglo XIX aún había que pelearse con cantantes arrogantes y un público ansioso por divertirse, pero Mahler puso fin a todo esto. Inspirado por los festivales de Wagner de Bayreuth, se propuso transmitir las ideas del festival al repertorio diario de un teatro de ópera y educar a su público: a partir de ese momento, los que llegaran tarde solo podrían entrar durante la pausa, la sala de espectadores se oscurecía y la luz del atril de la orquesta se atenuaba, para así dirigir la atención al escenario. Incluso puso fin al culto a la estrella de la obra en beneficio de la música: todos los participantes debían servir al arte. La obra artística pasó a un primer plano, «ahora el arte ya no podía ser objeto de diversión, sino de concentración».

Gustav Mahler fue uno de los directores de ópera más importantes de Viena, probablemente el más importante. El compositor ansiaba el cargo y no solo utilizó todas sus conexiones estratégicamente para ello, sino que incluso se convirtió del judaísmo al catolicismo. Empezó su carrera como director a los 20 años y, tras unos años en la provincia, dirigió su trayectoria a través de Praga, Budapest (donde pudo demostrar su valía como director de ópera) y Hamburgo hasta Viena, hasta el punto álgido de su carrera como director de la Ópera de la Corte. En Viena también se impuso como director de conciertos y, a partir de 1898, dirigió los conciertos por suscripción de la Filarmónica de Viena. Por desgracia, nunca llegó a llevarse bien con la orquesta y, después de tres años, lo despidieron honorablemente. 
El fin de su actividad en la Ópera de la Corte trajo consigo una vorágine de intrigas: la oposición a su reforma progresista de la ópera y la crítica, no del todo injustificada, de que a duras penas permaneáa en Viena. Después de esto, ya no quiso saber nada más de la ópera, así que se marchó a América, donde trabajó como director de orquesta.

¿Sabías que …

… Mahler estuvo casado con una chica de moda de su tiempo? Alma Schindler, 19 años más joven que él, era la hijastra del famoso pintor Carl Moll y Mahler quedó prendado de ella. Alma era una mujer con mucho talento, idolatrada y querida. Tras mantener un romance con Gustav Klimt a los 16 años, ya de joven se forjó la reputación de femme fatale.