Ahora te encuentras en la tercera sala de los grandes compositores, con Ludwig van Beethoven (1770-1827) como último representante de la Primera Escuela de Viena.

Nació en Bonn y, al empezar su trayectoria musical, pronto fue a parar a Viena. Beethoven vivió 35 años en esta ciudad. Si sigues recto por la sala, en el panel que hay a tu derecha verás que durante este periodo se mudó nada menos que 67 veces. Por término medio, nunca se quedaba más de medio año en un sitio. Por un lado, porque antiguamente era habitual marcharse de la sofocante ciudad en pleno verano e ir al campo y, por otro lado, porque Beethoven era de todo menos un compañero de piso agradable. Por ejemplo, cuando se sentía acalorado por la agotadora composición, se tiraba un cubo de agua fría por la cabeza en medio de la vivienda, algo que no gustaba nada al vecino de abajo. Beethoven era obstinado, colérico y, sobre todo, ruidoso. Ya a los 25 años aparecieron los primeros síntomas de sordera, algo que hizo que con los años se volviera cada vez más ruidoso: el Beethoven sordo golpeaba las teclas con todas sus fuerzas, pero no oía nada…

Los últimos nueve años de su vida ya estaba totalmente sordo y, a pesar de ello, compuso obras como la sinfonía n.º 9, su última sonata para piano op. 111 o la Missa Solemnis en re mayor, op.123.

La tragedia de la enfermedad de Beethoven se hace patente en el «Testamento de Heiligenstadt», que puedes ver en la pared del centro de la sala. Plasmar en papel su desesperación más interior lo ayudó visiblemente a superarla, como demuestra el rico periodo creativo que siguió. Escribió la alegre sinfonía n.º 2 y, al año siguiente, la sinfonía n.º 3, la Heroica. Además, siguió trabajando en su única ópera, Fidelio.

Beethoven simpatizaba con la Revolución Francesa y veía en el joven Napoleón Bonaparte al héroe que liberaría al pueblo de la servidumbre aristocrática, por lo que le dedicó la Heroica. Cuando el nacido en Córcega se hizo proclamar emperador en 1804, Beethoven se sintió traicionado y tachó tanto la dedicatoria que hizo un agujero en el documento, lo que se puede ver en el facsímile que hay colgado junto a Napoleón, a la izquierda. Después de esto, dedicó la sinfonía a su mayor mecenas, el príncipe Lobkowitz, que se puede ver en el retrato a la derecha de Napoleón. Es interesante mencionar que Beethoven, a pesar de su opinión crítica sobre la clase alta, no tenía ningún problema con dejar que los patrocinadores nobles financiaran su sustento. Incluso dejó que el archiduque Rodolfo, el príncipe Lobkowitz y el príncipe Kinsky le garantizaran una generosa pensión vitalicia para que no se marchara a la Corte del hermano de Napoleón (!).

Beethoven vivió en una época de cambios sociales, que también representó en su obra: el arte se trasladaba de la nobleza a la burguesía y buscaba libertad y liberación. Justamente estos motivos son los que el compositor plasma en su obra y, por eso, en Fidelio son el amor y la justicia los que vencen a la merced de los tiranos.

En sus principios, Beethoven era conocido por ser un excelente pianista, antes de hacerse compositor. Por ello, la música para piano goza de una posición central en su obra. En total compuso 32 sonatas para piano, como la Appassionata, la Patética y el Claro de luna. El piano de mesa Broadwood aquí expuesto intenta estar a la altura de estas exigentes obras y evoluciona en beneficio del virtuosismo naciente. 

Gracias a su actividad como pianista y profesor de piano, Beethoven tenía acceso a las casas nobles, donde a menudo se enamoraba de la hija de la casa, por desgracia sin éxito. No era de origen noble, por lo que no podía casarse con ellas. A pesar de sus numerosos desafortunados enamoramientos, Beethoven les dedicó algunas obras, aún hoy muy famosas. La partitura de Para Elisa (W.o.O. 59) – “Für Elise” – probablemente se dedicó a Therese Malfatti. Pero también podría significar la cantante Elisabeth Röckel. La ciencia todavía no está muy segura de quién era esta “Elise” …

¿Sabías que …

… Beethoven era muy orgulloso?: «Príncipe, lo que sois, lo sois por azar y nacimiento. Lo que yo soy, lo soy gracias a mí. Príncipes ha habido y habrá miles. Pero Beethoven solo hay uno». Duras líneas dirigidas al príncipe Karl Lichnowsky, quien había apremiado a Beethoven demasiado bruscamente para que tocara algo para sus invitados…